born in the pampa

no recuerdo la primera vez que me golpeó
pero sí como fueron cambiando:
cuando todavía vivíamos en el sur
y saltábamos o corríamos con mi hermano
aparecía de la nada
y nos daba una bofetada.
mejor dicho era así:
nos daba una bofetada y después nos tomaba por las orejas
y nos tiraba en el cuarto de baño.
y desaparecía.
no recuerdo su cara porque era muy chico
más grande aprendí a mirar los rostros
en cada acción que  repiten  los hombres.
pasábamos más tiempo en las canchitas
y campitos cercano a la base,
que en nuestra casa.
tiempo después dejamos el desierto
y despertaba con los sonidos de autos,
de vida que se mueve,
entonces empezó otra forma,
ante cada fracaso escolar,
que eran seguidos,
sacaba su cinturón
y hacía que rebote el cuero en  mis piernas delgadas,
yo trataba, pero las maestras tenían
la costumbre de corregir con lapiceras rojas,
y eso lo enfurecía,
el rojo enfurecía a papá.
lo veía en su rostro cuando abría mi cuaderno,
era solo abrir y ver la tinta roja sobre el papel
su mirada fija, dudo que supiera qué habían corregido los maestros,
dudo,
pero levantaba la vista,
los ojos sin parpadear, fijos en mi
o en mi hermano,
y corría la hebilla de su cinturón,
después no recuerdo más.
a veces se quedaba en la cocina, solo,
con un radio grabador y escuchaba canciones A. Luna,
tomaba vino con soda,
nos turnábamos o poníamos en pausa la consola del nintendo
para salir a la calle
y comprar más.
fue una vez que lo vimos llorar
y después golpearnos con el cinturón,
y después llorar,
no entendía como a un tipo que había estado ahí
podía llorar,
de la nada.
mi hermano creció,
tanto que  la pequeña cintura de mi padre
no alcanzaba para abrazar sus fornidas piernas.
así que quedé solo,
y tomó la costumbre de antes de golpearme
explicar porqué lo hacía,
entonces yo lo miraba,
pero él corría la vista, miraba al vacío.
fue entonces que dejó de asistir a los desfiles
para la fecha,
se quedaba dormido,
se iba a trabajar,
viajábamos.
por desgracia también crecí,
y me metí en varios líos.
era duro para pelear;
sí, me ganaban, pero yo seguía y seguía,
miraba fijo a mi oponente,
tanto que en algún momento éste desistía en seguir la pelea,
al fin de cuentas, tal vez, sabía todo aquello...
una vez vinieron unos veteranos de Vietnam
a dar una terapia,
una gilada del tipo:
habían armado pozos de zorro en los campos
de una guarnición del ejército,
entonces los tipos, como mi padre, se metían ahí
y cuando salían, los familiares teníamos que recibirlos
abrazándolos y decir alguna gilada, tipo,
"papá, amor, hermano, estás en casa, volviste"
esa fue la primera vez que lo golpeé.









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